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Si el libro fuese un paseo, sería como salir caminando una de
esas mañanas de invierno en las que la calidez del sol te sorprende. Transitas
despreocupadamente por un camino de tierra, notando el calor en el rostro. Y
todo es apacible, solo interrumpido de vez en cuando por sonidos lejanos que no
identificas. El paisaje se presenta lenta e indolentemente, sin ninguna prisa,
mostrando con cada paso, con cada página, cosas nuevas y extrañas. Y mientras
avanzas poco a poco, y el tiempo va pasando, te das cuenta de que las nubes
lejanas se han ido acercando. Cada vez hace más frío y con cada revelación el
temor por lo que se está descubriendo va estremeciendo tu interior. Hasta que
llegado el momento, los sonidos lejanos estallan de golpe en una tormenta
inevitable y el invierno que se ha estado escondiendo sale con toda su fuerza
para congelar tu corazón. Y puede, que si eres lo suficientemente sensible, el
próximo trueno, el roce de una página con la siguiente, sea suficiente para
quebrarlo.